domingo, 21 de diciembre de 2008

Yo El Guerrero

Soy Guerrero. No un guerrero cualquiera. No os confundáis. No pertenezco a ningún ejército. No pertenezco a ninguna nación. No tengo más intereses que los míos. No lucho contra los demás. No hiero ni mato. Pero peleo a muerte.

Mi lucha es interior. Mi guerra es conmigo mismo. Mi objetivo es alcanzar la sabiduría. La Maestría de mí mismo. Y para ello, me entreno. Para ello, estudio. Me recojo. Me concentro. Y... sobre todo, busco. Soy un maestro en el arte de la búsqueda.

Os preguntaréis que cuando me decidí a ser guerrero. A casi todos os extrañará. Qué cosas más raras hay por el mundo, diréis y comentaréis. No me importa. Elegí ser guerrero hace muchos años. Miles y miles de años antes de que vosotros naciérais. Es la búsqueda de mí mismo la que me mantiene vivo. Y la que me mantendrá por miles de años más.

No necesito mucho para vivir. Los placeres y las miserias de la vida no me afectan. He experimentado todos los placeres. Y he experimentado la gran mayoría de las miserias. He experimentado el sufrimiento extremo. Y el placer extremo. La mayor parte de las veces, las circunstancias me ofrecían esa experimentación, pero no puedo negar que, otras veces, la busqué yo. Porque necesitaba experimentar para trascender. Porque necesitaba experimentar para buscarme a mí mismo. Para aprender a gestionarme.

Ser Guerrero no es algo que consigas fácilmente. Muchos han muerto en el intento. Han sucumbido en la experimentación. O en la búsqueda. O en el silencio aterrador. O en la soledad inmensa.

Porque para ser guerrero hay que despegarse del mundo. Hay que aprender a trascender. Hay que gestionar el desapego, de los afectos y de los odios. De las cosas materiales y de las inmateriales. De toda la realidad. La que creas tú y la que crean los demás. Y eso te lleva, indefectiblemente, a la soledad y al silencio. Y si no estás preparado, la soledad...y el silencio...son mortales...

Pero si estás preparado...si trasciendes...entonces te encuentras contigo mismo...y te encuentras con los demás. Desde el respeto. Desde la comprensión...de infinitos puntos de vista...y entonces...estás preparado para empezar...a buscar...la forma de ser...quién realmente eres...

lunes, 8 de diciembre de 2008

Decepción

Decepción. Aprendí pronto el significado de esa palabra. Demasiado pronto para mi gusto. Aunque, tal vez, quizá, que fuera tan pronto, me hizo empezar a prepararme para lo que la vida me deparaba. Si no hubiera aprendido tan pronto su significado y lo hubiera experimentado en carne propia, cuanto más tarde hubiera sido, mayor hubiera sido mi...valga la redundancia...decepción.

La primera vez que sentí decepción, era demasiado pequeño para saber qué me estaba pasando. Solamente experimenté un pequeño vacío en mi interior. Era como si mi estómago hubiera decidido entrar en una espiral autodestructiva, que, empezó siendo pequeñita, pero que poco a poco, se convirtió en un imán para el resto de mis órganos y sobre todo, de mis emociones. Todo confluía en el centro de mi estómago. Decidí que no diría nada, ya que, seguro que esto sólo me pasaba a mí, y me apreté las manos contra mi tripa y cerré los ojos muy fuerte, esperando que cesara cuanto antes.

Afortunadamente, al poco tiempo, mis manos, a las que atribuí propiedades mágicas y milagrosas derivadas de aquello, lograron contener y detener a la espiral mortífera que amenazaba mi equilibrio. Entonces, recuperado éste, volví a abrir los ojos y miré y remiré, por si alguien se había dado cuenta del grave peligro que había corrido. Pero, aparentemente, nadie se había dado cuenta.

En sucesivas ocasiones, recurrí a mis manos milagrosas, curanderas de la decepción...e intenté, al menos, alguna vez, experimentar en mis más allegados, seguro como estaba, del poder omnipotente de las mismas, pero, nada, mis manos milagrosas, aplicadas sobre los demás, no sólo no les aliviaban, sino que, a veces, les hacía empeorar su estado. Consecuencia de ello fue que dediqué mis manos en exclusiva a mi persona.

Hasta que un día, mi decepción fué mayor que las otras veces. Recurrí inmediatamente a mis manos, pero, para mi sorpresa, no funcionó y mi equilibrio empezó a hacer aguas. Caí fulminado al suelo y llegué a sentir tal angustia, que creí que se abriría un agujero en el suelo y me caería por él. Afortunadamente para mí, no llegué a tal extremo, pero tardé días en salir de aquella decepción.

Analizando el por qué del fallo de mis manos milagrosas, me dí cuenta, de que, en todos los casos anteriores, las decepciones me las había llevado por lo que yo esperaba de los demás o de las situaciones. En el caso que estaba analizando, la decepción me la había llevado, porque yo no había estado a la altura de la persona que yo creía que era yo. Y claro, siendo yo el origen de mi propia decepción, ¿podía esperar que mis manos, por muy milagrosas que fueran, me aliviaran?. Decidí que aquello no tenía sentido, y empecé a buscar qué remedio podía tener para aquellas situaciones en las que era yo el que me decepcionaba a mí mismo.

Busqué y busqué. Sobre todo, busqué fuera. Busqué curanderos, con manos milagrosas lo suficientemente potentes como para curar a los demás. Pero no los encontré. Busqué maestros milenarios, que ofrecían paz de aquí a la eternidad, pero, nada, conmigo aquello no funcionaba. Busqué el olvido de mí mismo en los demás, pero nada, tampoco. Si me olvidaba de mí mismo, de un golpe, en algún momento, me hacía plenamente consciente y sufría indeciblemente. Empleé muchos, muchos años en esa búsqueda, y no conseguí encontrar nada satisfactorio. A medida que pasaba el tiempo y mi búsqueda no daba sus frutos, mi temor a decepcionarme a mí mismo crecía y crecía.

Y, paradójicamente, cuanto más miedo tenía a decepcionarme, tanto más expuesto estaba a ello. Así, hasta que un día, ocurrió. Me decepcioné tanto a mí mismo, que la tierra se abrió y me tragó. Literalmente. Caí y caí y no había nada que se opusiera a mi total y absoluta caída. Fueron segundos...minutos...horas...días...de caída en vacío y llegué a la oscuridad total. A la plena conciencia de la miseria de mí mismo...y cuando creía que iba a seguir cayendo...no caí...porque ya no había más bajada...se había producido el encuentro con mi yo mas miserable y decepcionante...y no había nadie conmigo...

Asi que...invadido de un espíritu de supervivencia sin límites, decidí mirar mi yo más miserable y decepcionante...a la cara...le plantaría cara...era lo único que me faltaba por experimentar. Y...mientras investigaba cómo plantarle cara...la espiral autodestructiva iba frenando, por momentos...y en esos momentos, mi yo no decepcionante...iba ganando fuerza...y con él, el análisis racional de todo...hasta que...todo lo positivo de mí mismo estuvo enfrente de todo lo negativo de mí mismo...y en el medio...el análisis de las circunstancias...

Aquella vez intuí, que, todo lo que nos pasa interiormente, podíamos llegar a controlarlo. Y en ello pienso emplear el resto de mi vida...y entonces, casi deseé haber experimentado más decepciones de las que había experimentado, porque así, hubiera estado más preparado...pero...no iba a estar decepcionado por ello...¿no creéis?...