domingo, 27 de julio de 2008

La Máscara

Llevo una máscara. Es grande, blanca y lo suficientemente manejable como para que se adapte a mi cara a la perfección. Nadie nota que la llevo. A veces, ni siquiera yo, soy consciente de mi máscara.

Me la puse hace ya muchos años. Cuando recién acababa de recibir mi última herida. Una última herida que me destrozó el rostro, que ya no volvió a ser nunca el mismo. Me ví obligada, para seguir viviendo, a buscar algo que me ayudara a poner distancia entre el mundo y mis heridas. Algo que las ocultara de la vista de los demás. Algo que hiciera que no existieran.

Y después de mucho buscar, encontré un artesano que me fabricó una máscara especial. Me dijo que nadie la notaría. Ni siquiera yo. Que se adaptaría a mí como si fuera mi piel. Y al poco tiempo, hasta yo misma olvidaría que la llevaba. Era cara. Pero mi búsqueda había sido larga y estaba cansada. Asi que, acepté el trato que me propuso.

Debía quedarme en su casa durante el proceso de fabricación. Cada día bajábamos a la fundición donde se hacía la pasta, revisábamos la temperatura, el color, el grado de cocción. Y una vez terminada la revisión, pasábamos a su estudio, donde me sentaba durante largo tiempo, mientras él repasaba mi rostro con sus manos, estudiando cada cicatriz, cada huella del sufrimiento pasado en mi rostro. Y una vez que lo recorría, tomaba mis manos y delante de un espejo, me enseñaba a apreciar mis heridas. Me enseñaba a no renegar de ellas. A aceptarlas. Eran lo que la vida me regalaba.

Se detenía años enteros en una sola cicatriz. La recorríamos milímetro a milímetro, hasta que fuí capaz de sentirme orgullosa de ellas, hasta que fuí capaz de mirarme al espejo y no ver en él una cara destrozada, sino una cara llena de sabiduría. Hasta que fuí capaz de sentarme en el espejo y ver en su reflejo, a la persona que había detrás de mi cara.

Fué entonces cuando, un día, bajamos a la fundición como un día cualquiera. Y allí, al fondo, suspendida cual estatua, estaba una máscara blanca, acuosa, casi transparente, con la forma de mi cara. Y me dijo que estaba preparada para llevarla. Me senté y me enseñó a ponerla. Me enseñó a poner mi pasaporte al mundo, mi pasaporte a un futuro distinto a mi pasado. No era difícil. Bastaba tomarla delicadamente entre las manos, y acercarla poco a poco a mi cara, y a apretarla suavemente para que se ajustara.

La primera vez que me miré en el espejo, no pude dar crédito a lo que veía. Allí estaba mi cara pasada. Mi cara anterior al sufrimiento. Mi cara antes de cualquier herida. Sentada frente al espejo, no pude por menos que llorar. Acercar mis manos suavemente a mis mejillas y llorar. Llorar por todo lo pasado, todas las heridas, todas las miserias. Y poco a poco, ese llanto dejó paso a la paz. Encontré mi paz y mi serenidad. Y el artesano me dijo que ya podía marchar.

Empecé así una nueva vida. Una vida con una máscara, que me permite estar en el mundo, que me permite enfrentarme cada día con una distancia infinita a la realidad. Yo estoy en ella. Los demás están en ella. Pero entre ellos y yo, existe un mundo infinito, imposible de recorrer. Es lo que me protege. De mi pasado. De los demás. Creado por mí, gracias a mi máscara...

lunes, 14 de julio de 2008

Control

Quiero mi mundo pequeño y ordenado. Quiero mi mundo controlado. Por favor, no me saques de ahí. No me obligues a abordar algo más de lo que ya abordo. No ahora. No ahora que lo controlo. No ahora que encontré comodidad en mi desorden, en mi oscuridad.

Lo que planteas parece interesante. Pero peligroso. Sobre todo para mí. Porque me obligará a cambiar. Me obligará a abandonar mi pequeño mundo, en el cual ya encontré acomodo. Equilibrio.

No me digas nada. No quiero oirlo. Sé que me dirás que mi equilibrio es fatuo. Que es inestable. Que para crecer, debo querer hacer mi mundo más grande. Debo asumir retos. Ya, lo sé. Pero no quiero que me lo digas. No te quiero escuchar. Cierro mis ojos y mis oídos para tí. Vete. Vete lejos. Que no quiero que me perturbes...el equilibrio de mi pequeño gran universo.

No ahora, que por fin encontré control. No ahora, que, después de muchas angustias, he conseguido reducir a un simple tic todos mis problemas. Hago tic y mi mundo se enciende. Hago tic y mi mundo se apaga. A mi voluntad. A mi capricho. A mi...total control. Lo logré. Y ahora no quiero volver a experimentar esa sensación tan...desasosegadora que es...no tener control...sobre mi...mundo...

Asi que, vete lejos. Es interesante lo que me planteas. Pero no ahora. No para mí. Vuelve dentro de cien años. Serán suficientes para que esté preparado para cambiar. Mientras, hasta ese momento, sólo quiero experimentar el...control...

sábado, 5 de julio de 2008

Fragilidad

Nací frágil en un mundo hostil. Mis padres se dieron cuenta enseguida. Sólo con verme llorar cuando llegué al mundo. El tono y el ritmo de mi llanto les descubrieron un universo infinito de matices de fragilidad. Incluso creyeron reconocer las pautas de una fragilidad clínica...les dió igual lo que los médicos les dijeran. Que era un niño sano. Que era normal el llanto.

Cuando me llevaron a casa, me construyeron una celda de cristal. Me abrazaban a través de unos agujeros diminutos en la celda, que se abrían y cerraban convenientemente, sujetos a su voluntad.

Yo crecí en mi celda de cristal. Pasaban los minutos y los días y yo me volvía, paradójicamente, cada vez más frágil. Llegó un punto en que podía romperme en pedazos solamente con pensarlo.

Aislado del mundo y de casi todo contacto humano, decidí hacer de la fragilidad mi reino particular. Mi universo. Asi que, héme aquí, convertido en el rey de la...fragilidad.

Habéis de saber que, conseguir un grado extremo de fragilidad es realmente complicado. La fragilidad corporal, salvo que hayas nacido así, es difícil de adquirir. La fragilidad emocional es más fácil. Basta con pensar en tí mismo como un niño pequeño, indefenso. Basta que decidas no imaginar ningún futuro. Basta que decidas percibir el mundo como un universo miserable y hóstil. Basta que oscurezcas tu mente con pensamientos negativos.

Yo tenía todo el tiempo del mundo, asi que decidí practicar primero la emocional. Al principio era complicado, ya que mi naturaleza tendía a la positividad. Tuve que concentrarme mucho para anular todo aspecto positivo de mi ser. Pero al final lo conseguí. Conseguí imaginar una negrura infinita. Conseguí imaginar que no disponía de ningún tipo de recursos...y eso, me llevó, sorprendemente, a una fragilidad física importante.

Terminé a gatas, arrebujado contra mí mismo, en una esquina de mi celda, convertida en espontánea membrana uterina. Creo que así pasé siglos, hasta que en mi mente se encendió otra vez una chispa de voluntad. Y entonces, decidí construir otro universo. Decidí meterle algo de positividad. Y a medida que mi nuevo universo se iluminaba, mi cuerpo abandonaba su posición fetal.

Me costó volver a estar erguido, y una vez erguido y físicamente fuerte, comprendí...que yo podía decidir...qué clase de persona quería ser. Asi que, decidí volver a ser frágil. Y una vez que fuí frágil decidí volver a ser fuerte. Y así pasé muchos años, hasta que podía cambiar de un estado al otro en un instante, con sólo un segundo de diferencia...eso es...el reino de la fragilidad...