domingo, 28 de febrero de 2010

Hambre

Tengo hambre de vivir. Tengo hambre de morir. Tengo hambre de experimentar. Tengo hambre de ser yo, de ser todos los yo que puedo llegar a ser. Y siento que me falta tiempo. Y siento que me faltan fuerzas. Porque pasé tiempo escondida, en el hueco de mí misma que confeccioné para ello.

Ese hueco fue mi hogar durante muchos años. Demasiados. Pero lo fue. Y le tengo cariño. Y no he empezado a abandonarlo y ya tengo nostalgia.

Nostalgia de la sensación de estar escondida. De la sensación de estar muerta en vida. De la sensación de estar adormilando al miedo, sosegándolo y calmándolo. En calma chicha. A cubierto y en refugio seguro.

Pero a pesar de la nostalgia, esta vez me puede más el hambre. Hambre de ser como habitualmente no soy. Hambre de experimentar aquellos lados de mí misma que he procurado esquivar. Y esconder.

Hambre de comerme a mí misma y al mundo. Hambre de ser aventurera del infinito. Hambre de llegar al punto donde se origina mi deseo. Y hambre de regresar de él, para marcar el siguiente reto.

Hambre de objetivos inalcanzables, fabulosos y prometedores. Hambre de ser yo misma sin ser el yo misma conocido. Hambre de explorar mis recovecos y mis geografías subterráneas, de otra forma a como lo he estado haciendo.

A descubierto. Sin mitigar nada. Sin esconder nada. Sin refugiarme en un hueco de mí misma. Hambre desde la libertad, a pesar de la nostalgia...

domingo, 14 de febrero de 2010

Razón de peso

Nunca tuve una razón de peso para reír. Sí las tuve para llorar. Curioso. Escribo estas dos frases, y entonces me pregunto, de repente, si es necesario tener una razón. Más. Si es necesario tener una razón de peso. Para llorar, para reír...o para vivir...

...y me he quedado aquí enganchada a esa pregunta, que da vueltas y vueltas dentro de mí misma, sin salir. Se ha quedado ahí, prisionera. Algunas veces la siento en el estómago. Otras veces la siento en la garganta. Y otras...la siento en la cabeza, me pasa por los ojos y a veces, quiere salir por la boca.

Pero hay algo que al final se lo impide. Algo que no le deja salir. La quiere prisionera. Y yo quisiera que salga, porque me empieza a asfixiar la garganta, que se cierra y se cierra, bajo las órdenes de alguna parte de mí misma, que desconozco.

Curioso. Porque entonces, cuando mi garganta me asfixia, empiezo a sentir que no sólo está prisionera esa pregunta. Hay muchos otros prisioneros. Muchas preguntas y muchas respuestas. Y muchas cosas que quisiera contar y que, sin embargo, yacen prisioneros de mí misma. Sin yo querer. Sin haber sido consciente de que quería hacer prisioneros. ¿Para qué, para qué alguna parte de mí misma, en algún rincón remoto escondido, maneja los hilos que hacen prisioneros?.

Y ahora que tomo conciencia de mis prisioneros, ¿qué hacer?. ¿Es bueno que los libere?. ¿Es mejor que queden dentro?. ¿Dónde busco aquella parte de mí que hace prisioneros?. ¿Qué hago cuando la encuentre?. Si existe, será por alguna razón...

...¿y será esa razón, una razón de peso?...