martes, 20 de abril de 2010

Dormida

A veces tengo la sensación de estar despierta. Pero la mayor parte de las veces, tengo la sensación de estar dormida. Quizá no sea esa la palabra que mejor describa mi forma de estar en el mundo. Pero no sé si encuentro otra mejor...

Es la sensación de no estar conectada con los demás y con la realidad. De que existe un fino y tupido velo que me encierra, que me separa de los demás, y que por mucho que yo quiera, no consigo atravesar. Y cuanto más lo deseo, más denso se vuelve, envolviéndome, enredándome entre sus invisibles brazos y yo, sin saber exactamente cómo, termino enredada, hecha un ovillo, dentro de mí misma.

Y siempre que me descubro así, otra vez más, enredada dentro de mí misma, me entristezco por las ilusiones y los deseos, que una vez más, se perdieron en ese mundo intermedio que existe, entre los demás y yo.

Muchas veces llegué a la conclusión de que la creadora de ese mundo intermedio soy yo misma, o alguna parte de mí misma, pero desconozco cuando y donde lo tejí y para qué lo hice. Y desconociendo todo eso, me siento incapaz de deshacerlo. Y entonces me gustaría ser maga, para romper con el poder de la ilusión, aquello que sin duda tejí con miedo.

Pero como la ilusión no traspasa los mundos intermedios, o al menos, el mío, invento retos que me suponen grandes hazañas, creyendo que en la superación de esos retos, me reinventaré a mí misma, y quizá, entonces, aquella parte de mí, tejedora del vacío, se apiadará de mí y deshará lo que con tanto cuidado hizo.

Pero no sirve tampoco. Y entonces, aquí estoy, tejedora de ilusiones y deseos, que se deshacen en los etéreos brazos de un mundo intermedio, dejándome a mí, dormida, acurrucada dentro de mí misma...

domingo, 4 de abril de 2010

Prisionera

Siempre fui la perfecta prisionera. De mí misma. Me dí cuenta tarde. Hubiera querido darme cuenta antes, pero supongo, que tenía que pasar el tiempo que pasó para que pudiera darme cuenta. Yo sola.

Y en el instante en el que me dí cuenta, la realidad cambió. El mundo entero cambió. Porque yo había cambiado y mi forma de entender el mundo también. Empecé a mirar con otros ojos. Unos ojos que ya no pertenecían a una prisionera, sino a alguien que se sabía libre.

Y entonces, descubrí, que con todos los años que había empleado en luchar por mi libertad, ahora no sabía qué hacer con ella.

Ser libre era una sensación rara. Muy rara. Porque todo lo que yo conocía, de repente, había cambiado. Y con ese cambio, perdí las referencias. Perdí el norte y el sur. Perdí todo cuanto había definido mi realidad hasta aquél momento...y tenía plena libertad para establecer nuevas referencias.

Qué miedo. Qué pánico. Qué lucha interna. La prisionera que había sido estaba allí, en un rincón, riendo. Riéndose de mí. La carcelera también estaba. Y también estaba riendo. Y todas aquellas que yo había sido, múltiples variantes de mi restricción de libertad, también estaban allí. Riéndose. Miles y miles de ellas, observando y riéndose, de alguien que acababa de nacer...mi yo libre...

Y el miedo. Todas agarrándose al miedo y echándomelo encima, como una segunda piel, que me iba asfixiando, cada vez más...y la carcelera se iba acercando...hasta que la tuve a milímetros...para engullirme de nuevo...

...instintivamente, le cogí la mano, la abracé y la besé. Le dí las gracias por el trayecto que me había permitido hacer...y le dí la espalda...y sin mirar hacia atrás, encaré el miedo, la angustia, el ridículo y...toda aquella nueva realidad, sin referencias y sin guías...para empezar a construir...a la siguiente prisionera...