domingo, 25 de marzo de 2012

Sin rumbo

Desde hace algún tiempo, navego sin rumbo.

No sé qué me pasó. No sé qué día pasó. Sólo sé, que desde hace algún tiempo, navego sin rumbo.

Es extraño, porque siempre me precié de saber cuál era el rumbo. De señalarlo a los demás y de dirigirme hacia allí.

Y sin embargo, ahora, me encuentro perdida. Me encuentro abatida en un mar de dudas y de confusión. En un mar de sentimientos revueltos, sin ton ni son. Y sólo acierto a preguntarme, ¿qué fue de aquella navegante que sabía adónde iba?. ¿Qué fue de su determinación y de su dirección?.

¿Qué ha pasado para que, de repente, un día, descubra que no tiene rumbo?.

Aquí estoy, perdida, asombrada, perpleja. Tratando de adaptarme a la nueva situación. Tratando de valorarla, de sopesarla, de experimentarla.

Después de todo, quizá, no sea tan malo. Después de todo, quizá, será que estaba acostumbrada a tener rumbo. ¿Y si de ahora en adelante lo único que tuviera fuera yo misma?. ¿Y si de ahora en adelante, en lugar de trabajar para un rumbo, disfrutara de mi ausencia de él?.

¿Serán estas preguntas un sin sentido consecuencia de mi falta de rumbo?. ¿O será que empiezo a entender que esta vida, quizá, sea una navegación...sin rumbo...?.

lunes, 19 de marzo de 2012

Cadenas

He luchado durante años por ser libre. Ser libre, para mí, lo es todo. He defendido con uñas y dientes mi libertad. O al menos, aquello que creía que era mi libertad.

Y después de tantos y tantos años luchando, acabo de descubrir que, aquello por lo que luchaba, no es más que un sucedáneo de libertad.

Estoy confusa y abatida. Estoy perpleja. Porque la libertad, la libertad por la que yo luché, no es más que un concepto. Un concepto.

Lo repito porque no doy crédito. Un concepto que sólo existe en mi cabeza. Algo racional. Algo que ni mi cuerpo ni mis emociones ni mi instinto reconocen.

He sido, hasta ahora, un almacén de palabras. De conceptos. Alguien que creía que era necesario luchar, en el exterior, por su libertad.

Pero ahora me doy cuenta de que hay algo evidente. Soy una prisionera. Una prisionera de mis emociones, de mi cuerpo, de mi instinto. De mi inconsciente y de mi subconsciente. Hasta de mis conceptos.

¿Cómo voy a hacer para que esos conceptos, valiosos, en los que creo, se transformen en algo verdadero?. ¿Como hacer que lleguen desde mi cerebro hasta la realidad, y la transformen?.

Ando perpleja y perdida, porque la lucha no es exterior. La lucha es interior. La lucha es con una misma. Para que las emociones dejen de aprisionarme. Para que mi subconsciente deje de perseguirme. Nunca nadie que luchó tanto por la libertad, fue nunca tan prisionera.

Las cadenas que llevo, invisibles hasta ahora para mí, seguramente eran visibles para muchos. Unas cadenas que ahora mismo no me sé quitar. Unas cadenas a las que me he acostumbrado tanto, que me ha costado muchos años darme cuenta de que estaban ahí. Y lo que es peor, es, que mientras gastaba energía para ser libre fuera, esa misma energía se empleaba en generar mayores cadenas.

Necesito reposo y espacio. Necesito tiempo. Prepararé la batalla con tiento. Daré hasta mi último aliento para romper todo lo que pueda, unas cadenas que no son otra cosa que yo...misma...

domingo, 11 de marzo de 2012

Aburrimiento

Nací aburrido. Es un hecho. Por más vueltas que le deis y por mucho que me insistáis, no hay manera. Soy aburrido. Y seré aburrido todo mi vida.

No es que no quiera cambiar. Es que me gusta ser así. Me gusta mirar el mundo desde la barrera. Me gusta estar sin hacer nada. Sin sentir nada. Sin comprometerme con nada. Ni con nadie. Ni siquiera conmigo mismo.

El único compromiso que mantengo es ser aburrido. Serlo hasta que me muera. Y procuraré morirme aburriéndome.

Me gusta levantarme y mirar esa cara de aburrido que tengo. Me gusta holgazanear con esa sensación de duermevela, en la que no estás ni demasiado despierto ni demasiado dormido. Un intermedio. Como toda mi vida. Un intermedio entre mi primera no-existencia y mi próxima muerte.

Si por mí fuera, estaría todo el día durmiendo. Pero claro, físicamente es imposible. Mi cuerpo se despierta, y yo no puedo imponer mi voluntad. Hago lo que puedo. Y eso que puedo es suficiente como para que en mi vida no haya sobresaltos.

No hay alegría, pero tampoco hay dolor. No hay amor, pero tampoco hay desamor. No hay riesgo. Sí hay felicidad. Una felicidad inmensa porque estoy seguro, casi completamente seguro, de que mi día de hoy será igual que el de mañana, y del de dentro de diez años también.

Y sobre todo, he tenido, tengo y tendré un compañero fiel y leal. Alguien que nunca me abandonará. Alguien que me llena de satisfacción y de orgullo, y alguien que me acompañará en todos y cada uno de los momentos en que yo vaya dejando de respirar.

¿Cuántos podéis decir lo mismo?...