domingo, 15 de abril de 2012

Decepción

A veces las personas te decepcionan.

A veces, tú mismo te decepcionas.

Sin duda, es mucho peor lo segundo que lo primero. Porque si la decepción es grande, se rompe el vínculo existente. Y es posible vivir sin vínculos con los otros, pero no es posible vivir sin el vínculo contigo mismo.

Vivir sin un vínculo contigo es devastador. Porque todo lo que haces, todo lo que dices, todo lo que eres, se pierde por el camino. O lo vuelves contra tí. Te incapacita para vincularte con tu entorno y te incapacita para vincularte con los demás.

Buscas desesperadamente una forma de relación. Una forma de aceptación. Una forma de vivir, que no puedes conseguir. Simplemente, porque internamente has perdido el derecho a ello, convirtiéndote en un vagabundo errante que mendiga un poco de amor y un poco de compasión.

Te conviertes en extranjero de tí mismo. Sin rumbo. Sin mapas. Sin posibilidad de exploración.

Quedas a merced del desasosiego. De la desesperanza. Y a veces, del odio.

De un odio profundo hacia tí mismo que te destruye por dentro, cada día un poco más. Hasta que no queda nada de tí. Hasta que todo tu ser se convierte en algo negro, oscuro y profundo. Algo que deseas que desaparezca.

Y entonces te entregas al sueño y a la inconsciencia. Para no ver. Para no sentir. Para no ser. A veces, luchas durante un tiempo contra esa inconsciencia, contra ese no estar y no ser, pero casi siempre, sucumbes.

A veces, sales de tu duermevela, para avisar a otros. Para advertirles que no se rindan. Para decirles que luchen. Que son demasiado valiosos para entregarse a esa Señora Oscura llamada decepción.

Pero, claro, ¿cómo ser creíble, cuando tú, el que tratas de avisar, el que elabora el discurso para la lucha, es el primero que se ha convertido en...pura decepción?....

domingo, 1 de abril de 2012

El nivel del mar

Nosotros somos como el mar. Unas veces en calma. Otras agitados. En tormenta. A veces caprichosos. A veces dormidos.

Lo que más llama la atención del mar es su nivel. Un nivel que se altera de forma periódica. Puede ser sutil o puede ser evidente. Un nivel que esconde grandes profundidades. Grandes misterios.

Un nivel que muestra una apariencia. Una forma de ser. Un nivel que esconde el milagro de la vida. Un nivel que se agita y que a veces engulle todo lo que tiene a su paso.

Así somos nosotros. Somos una apariencia. Una forma de ser. Lo que de verdad somos está por debajo. En nuestras profundidades, insondables. Muchas veces, incómodas.

Queremos estar en calma, pero nos agitamos bajo nuestras emociones, bajo las influencias de los otros, de las circunstancias, de nosotros mismos.

Tenemos nuestros períodos de flujo y de reflujo. Nuestros períodos de calma. Nuestros ataques de furia, de rabia, de tristeza y de llanto.

Somos tan incomprensibles como el mar. Tan misteriosos como él. O ella. Porque, ¿quién ha dicho que el mar es masculino?.

Y tan parecidos somos, como diferentes. El mar no intenta profundizar sobre sí mismo. El mar no se escudriña por dentro. No se siente amenazado por el cielo, o por la tierra. Simplemente es. Simplemente está.

Nosotros no. Nos empeñamos en rebelarnos. Nos empeñamos en no querer ser. En no querer estar. En no aceptar nuestro nivel. Nosotros queremos más. Nosotros queremos explicaciones. Nosotros queremos dominar. Aunque sólo sea dominarnos a nosotros mismos.

Escapar de nuestros flujos y reflujos. Escapar a nuestras mareas. Inventamos batiscafos de profundidad. Inventamos barcos que surcan nuestras tormentas.

Y mientras escapamos, inventamos, profundizamos, navegamos...olvidamos que, en esencia, lo único que tendríamos que hacer es...aceptar nuestro nivel...que no es otro que...el nivel del mar...